Jaime Bayly escribe: "Coleccionistas de secretos" - Columna Periodistica


El periodista y escritor, Jaime Bayly escribió su columna periodistica titulada "Coleccionistas de secretos", que fue publicada el día lunes 08 de agosto de 2011, por el diario Peru21.

El hombre va todas las noches al estudio de televisión y presenta un programa de entrevistas o un programa de disparates o un programa que le resulta liviano y en ocasiones entretenido. Al estudio acuden cada noche unas cuarenta o cincuenta personas (y lo hacen espontáneamente, sin que nadie les pague) que festejan las bromas del hombre, aplauden sus ocurrencias y, terminado el programa, se hacen fotos con él.

Una noche ocurre algo inesperado. El hombre está firmando autógrafos y de pronto se le acercan tres señoritas que lo saludan efusivamente y dejan notar por su acento que son italianas. El hombre advierte que una de ellas es muy guapa y le sonríe con aparente coquetería. El hombre ignora a las otras señoritas y fija su mirada, no exenta de deseo, en la italiana inquietante. Le dice que es muy guapa, que le encantaría verla otra noche. Gracias, dice ella. Regresa pronto, dice él, y se marcha presuroso, aunque no lleva prisa, es solo una manera de aparentar que es un hombre importante.

Esa noche, en la cama con su esposa, el hombre le cuenta que una italiana muy guapa fue al programa de televisión. Su esposa lo escucha en silencio. El hombre le dice que, al ver a la italiana, tuvo ganas de tener sexo con ella. Luego le propone a su esposa tomar un café con la italiana para que la conozca y vea si a ella también le resulta atractiva. El hombre dice que solo le interesa tener sexo con la italiana si su esposa lo aprueba y está presente y es parte de la aventura. Su esposa dice: Puede ser, dejemos que la cosa fluya.

Pasan los días. La italiana no regresa al estudio de televisión. El hombre la busca en vano con su mirada miope. Su esposa le pregunta qué fue de la italiana. Desapareció, dice el hombre. Ya volverá, dice su esposa. Y en efecto vuelve: un día la italiana escribe al Facebook del hombre unos comentarios afectuosos o que celebran con entusiasmo alguna zarandaja que el hombre ha escrito con aires de pensador o de poeta. El hombre no lee los comentarios de la italiana, quien los lee es su esposa. Luego entra al Facebook de la italiana y escudriña con recelo sus fotos. Cuando el hombre regresa del programa, su esposa se lo cuenta todo: la italiana le ha escrito, es obvio que ella quiere seducirlo, ha visto el Facebook de la italiana, por sus fotos y comentarios le parece fea y vulgar. Tu radar con las personas está averiado, le dice al hombre su esposa. No sé cómo puedes sentirte atraído por esa mujer tan ordinaria, añade. No sé, dice el hombre.

Apenas la conocí cinco minutos y me pareció que estaba buena, añade.

Luego ven las fotos de la italiana en Facebook y el hombre intenta una explicación: quizá no es fotogénica, en persona me pareció guapa.

La esposa le dice al hombre que no tiene ganas de conocer a la italiana y menos aún de tener alguna aventura sexual con ella. El hombre dice que él tampoco tiene ya ganas de hacer nada con la italiana. Su esposa le dice que él es libre de hacer lo que quiera con quien quiera. El hombre dice que no le interesa tener sexo con alguien a escondidas de su esposa, que la ama demasiado para rebajarse a esa indignidad. No hagas promesas, dice ella. No es una promesa, es un hecho, dice él.

Los días siguientes, la italiana continúa escribiendo comentarios en el Facebook del hombre, comentarios que la esposa lee antes que el hombre o junto con el hombre, comentarios que acaban por irritar a la esposa, que le pide al hombre que no le conteste a la italiana para no seguirle el juego o que directamente la bloquee para impedir que ella tenga acceso a su Facebook. Lo mejor es ignorarla, dice el hombre. No le escribiré más, promete. Pero ella volverá al programa, dice su esposa.

Si regresa, no la dejaré entrar al estudio, daré instrucciones a los guardias de seguridad para que le prohíban la entrada, dice. Tú sabrás lo que haces, dice su esposa. Pero yo solo veo peligro en ella, le advierte.

La italiana regresa una noche al estudio de televisión y el hombre no solo le permite entrar sino que al final del programa conversa un momento con ella y confirma que la encuentra atractiva. Esa noche, al llegar a su casa, el hombre no le cuenta nada a su esposa. Tiene la impresión de que su esposa ve con antipatía a la italiana. Cuando su esposa duerme, el hombre le manda por Facebook un mensaje a la italiana, pidiéndole que no le escriba comentarios a su Facebook y que, si le apetece, le escriba a su correo más privado, un correo cuya clave no conoce su esposa.

Días después, sorprendida porque la italiana no escribe sus comentarios habituales en el Facebook del hombre, su esposa, mientras el hombre está en la televisión, entra al Facebook y descubre el mensaje que su esposo ha escrito a la italiana, dándole su correo privado.

Cuando regresa del programa, el hombre encuentra a su esposa levemente contrariada. Ella se lo dice todo de un modo tranquilo, demoledor: me dijiste que no le escribirías, le escribiste, me mentiste, le pediste que te escribiera a tu correo, quieres tener una relación con ella sin que me entere de nada, me dijiste que jamás harías eso, eres como todos los hombres, eres un mentiroso, no puedo confiar en ti.

El hombre no encuentra defensa, permanece en silencio, le pide perdón pero ya es tarde, ella se va a dormir a uno de los cuartos de huéspedes.

El hombre le escribe a la italiana y le pide que no vuelva al estudio de televisión y que no le escriba comentarios ni correos ni nada porque ha tenido un conflicto con su esposa que ahora lamenta. La italiana no le responde, desaparece de su vida, no regresa al programa.

Semanas después, el hombre se entera por su esposa de que ahora la italiana escribe todos los días al Facebook de ella y le dice cosas coquetas y la invita a su casa y le habla mal de él (me parece un nerd, le dice, o eso es lo que su esposa le dice al hombre) y da la impresión, o esa es la impresión que se lleva la esposa, de que la italiana quiere tener una aventura sexual con ella.

La esposa dice: no te preocupes, al comienzo le respondía pero ya no le contesto más, me parece que está loca y que es una loca peligrosa y no quiero más locas peligrosas en nuestras vidas.

Pasan los días y no se habla ya de la italiana sino de un joven que está alojado en un hotel cercano. Ese joven le escribe todos los días a la esposa del hombre, pidiendo verla. Ha sido su amante un tiempo atrás, cuando ella no estaba casada. Quiere verla. Ella sabe que él quiere verla para tener un encuentro sexual. Ella se lo cuenta a su esposo. Haz lo que quieras, le dice él. Haz lo que convenga, le aconseja. Si tienes ganas de tener un revolcón con él, no te reprimas por mí, eres libre, le recuerda. Ella le dice que prefiere no ver al joven que fue su amante. Pero el hombre sabe que su esposa está librando una batalla interior: lo prudente sería no verlo, sin embargo lo divertido sería verlo; verlo lastimaría a su esposo, sin embargo su esposo la dejó lastimada porque le mintió con la italiana y tal vez se merece el castigo.

Todas las noches, el hombre sale manejando su auto con destino al estudio de televisión y se pregunta si su esposa irá un par de horas al hotel cercano a ver furtivamente al joven que fue su amante y al que ella recuerda con afecto. Cuando regresa del programa, el hombre se abstiene de hacerle preguntas al respecto a su esposa. Cree que lo conveniente (o lo decente) es guardar silencio, no saber la verdad, no obligar a su esposa a lastimarlo o a mentirle. Descubre entonces que el amor está menos en lo que se dice que en lo que se calla. Tendido al lado de su esposa, piensa que tal vez el amor está en los secretos y los silencios que uno aprende a respetar. El hombre no sabrá nunca si su esposa se tomó la venganza con el apuesto visitante. Lo que ahora sabe es que no importa tanto si ella se permitió un comprensible desliz, lo que de veras importa es que ella sigue a su lado y él siente que la ama como siempre o todavía más, porque ella, como él, parece ser una coleccionista de secretos.

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